06/05/2022
¡¿Cuántas veces nos ha pasado que hemos dado alguna cucharada de más a un suculento postre solo por el aspecto apetitoso que este tenía?!
A día de hoy, resulta sencillo identificar que, en muchas ocasiones, “comemos con los ojos”, gracias al aspecto apetecible de un plato, por ejemplo. Más tarde, caemos en la cuenta de que hemos comido sin hambre real y, al terminar, nos sentimos desconcertados por haber ingerido más alimento del que nuestro organismo necesitaba, lo que nos lleva a una sensación de incomodidad física, malestar estomacal o subida de peso… Pero ¡eso no es todo!, ya que después de una ingesta de alimentos inadecuada se nos genera una terrible sensación de incomprensión y frustración interna desembocando, incluso, en sentimientos de culpa y tristeza.
A lo largo de los años, la ciencia y, en concreto, la neurociencia se ha encargado de dar validez a las emociones, ya que importantes investigadores han determinado que cada emoción está vinculada a una respuesta neuroquímica concreta en nuestro cerebro.
¿Qué quiere decir? Las emociones son importantes y su desconocimiento a la hora de reconocerlas, primero, y regularlas, después, nos puede llevar a situaciones que no deseamos experimentar en nuestra vida. Las emociones forman parte de nuestra experiencia humana, al igual que forma parte de nosotros la comida y por eso es común confundir hambre física con hambre emocional.
¿De verdad tengo hambre?, ¿necesito comer este alimento?, ¿es necesario que ingiera un poco más de comida? Parecen cuestiones simples y, realmente, lo son, pero ¿para qué pueden resultarnos valiosas? Son preguntas valiosas para aplicar “la pausa”. Cuando aplicamos “la pausa” en nuestro día a día, estamos dando atención consciente o atención plena a lo que estamos haciendo, a nosotros mismos, a las necesidades de nuestro organismo y, también, a cómo nos sentimos. Al hacernos estas preguntas antes de seguir comiendo, por ejemplo, vamos a ir adquiriendo el hábito de pausarnos, lo cual puede darnos mucha ventaja a la hora de tomar buenas decisiones.
Estas preguntas poderosas nos hacen conectar con nuestras necesidades físicas y, a su vez, con nuestras necesidades emocionales. Y es que, desde pequeños, hemos creado una relación emocional con los alimentos. Cuando somos mayores lo seguimos haciendo, seguimos creando relaciones inconscientes, pero con la diferencia importante de que ahora podemos re-educarnos.
Todos hemos asociado un tipo de alimento a una serie de sensaciones y emociones determinadas; por ejemplo: las tartas con los cumpleaños, las pizzas de las tardes con amigos, las palomitas con las películas, las chucherías con los premios… etc. Toda la vida hemos vinculado los alimentos a una carga emocional concreta y ¿en qué se traduce? Se traduce en que, si no nos hacemos conscientes de esta relación cuando, en vez de hambre, deseemos sentirnos recompensados, acompañados, valorados, felices… acudiremos a cierto tipo de alimentos para conectar con la emoción deseada.
Al final, todo lo que hacemos está sujeto a un instinto de supervivencia y nuestra mente tiene un registro, un histórico de estrategias, que ya ha dado resultados previos. Y, por supuesto, la mente también trabaja en estos casos, ya que el cerebro se activa antes las necesidades emocionales al igual que ante las físicas. Evidentemente, hay diferentes grados de amenaza y eso también está contemplado a la hora de generar una respuesta. No obstante, es fácil que tras una situación desagradable sintamos el deseo de sentirnos bien y, para ello, acudamos a la inhibición. La inhibición es fácil llevarla a cabo con la comida si hemos creado la creencia de que “comer es bueno” y que “ciertos alimentos nos hacen sentir bien”. En ese momento, sentimos que lo más importante es aliviar el malestar actual.
Estamos diseñados para sobrevivir, pero si no aprendemos a aplicar la pausa ciertas estrategias se activan solas, es lo que se conoce como el “piloto automático” y las consecuencias pueden ser muy poco positivas a la larga. Por ello, aplicar la pausa (la atención consciente) nos permite reconocer el deseo que nos lleva a ingerir un alimento ¿deseo físico o emocional? Y, a su vez, nos da la opción de crear una estrategia que satisfaga aquello que deseamos realmente.
El contenido expuesto en este artículo no sustituye a ninguna terapia dirigida por un profesional de la salud mental. Además, un coach nunca tratará una patología como tal, su labor se centra en potenciar las capacidades del individuo para conseguir del modo más óptimo la consecución del objetivo definido por su cliente.
¡Gracias por tu tiempo y atención!
Dr. Ramón de Cangas Morán – Roma Health Coach (Rocío M. López)
Bibliografía: “Microbiota y Alimentación Consciente”- Oberón 2022 – Dr. Ramón de Cangas y Roma Health Coach